"Los mitologistas nos pintan el
Amor armado de flechas y a Minerva saliendo del cerebro de Júpiter. Es recordarnos por un lado que todas las afecciones
sensibles que nos vienen por los objetos exteriores son destructivas y, por
otro, que la sabiduría, la prudencia y todas las Virtudes cuyo origen
está en el germen interior del hombre pueden nacer de él, como del Ser del cual
es imagen y que lo produce todo: es
decir, que si el hombre intelectual cumpliese con
su destino primitivo y no dejase alterar ninguna porción de su sustancia
inmaterial, viviría menos de lo que dejaría entrar en sí mismo que de lo que
dejaría emanar de él por los esfuerzos de su deseo y de su voluntad. Principio justo, verdadero, fecundo, instructivo, en el
cual están encerrados todos los secretos de la ciencia y de la felicidad.
Pero lo que vuelve tan difícil para el hombre el uso de este principio es que su aplicación se ha vuelto doble y dividida en lo
que debe referirse, no solamente a los objetos de
la inteligencia y el razonamiento, para los cuales todas las operaciones
ocurren en la cabeza, sino también a todas
las afecciones virtuosas de deseo y de amor
por la verdad que tienen su sede en el corazón
del hombre. Así, estando ligada [su acción] a dos
centros alejados el uno del otro, su acción es infinitamente más penosa
y más incierta que cuando estaban reunidos, y más cuanto vista la
inmensa distancia que los separa, su comunicación puede a menudo ser
interceptada; y sin embargo, si no actúan al
unísono, solo producen obras imperfectas". [CN,
XII]
“La dulzura y el amor,
he aquí las vías que llevan a la felicidad...” [CN, XVII]
"Debemos repetir también que la falsa voluntad del Ser libre es la única causa que
puede excluirle de la armonía universal de la Unidad, puesto que tiende
siempre a esta Unidad por su Naturaleza; de lo cual resulta que, si tratando de imitar las Potencias puras, que
manifiestan ante él las Virtudes divinas, uniese su voluntad a la
voluntad del Gran Principio, disfrutaría como ellas de todas sus relaciones con
este Principio. Se le parecería, por la indestructibilidad de su Ser
basada sobre la ley de su emanación; estaría incluido en armonía con todas las
facultades divinas; y de entre todas las Virtudes que la sabiduría le
permite manifestar, no quedaría ninguna que no le fuera conocida, ni de la cual
no pudiera disfrutar, pues de otra manera no podría conocer su unidad.
Porque siendo
el amor de la felicidad de los Seres especialmente de la esencia de la
sabiduría, cuando hace llegar hasta nosotros Potencias subdivididas e
incluso la suya, su objeto solo es devolvernos a
esta unidad armónica, que es la única en la cual todos los Seres pueden gozar
de la plenitud de su acción. [...]
Todas las obras de este Gran Principio
nos serían presentadas, y desde el comienzo de los tiempos hasta nosotros,
ningún Ser, ningún Nombre, ninguna Potencia, ningún hecho, ningún Agente nos
sería desconocido; de manera que estos Elegidos que han operado sobre la Tierra
la sucesión de hechos transmitidos hasta nosotros por las tradiciones de los
pueblos, todas sus luces, sus conocimientos, sus nombres, su inteligencia, sus
acciones, solo formarían para nosotros un único
cuadro, un único punto de vista, un único conjunto, de los cuales todos
los detalles estarían destinados a nuestra instrucción y sometidos a nuestro
uso. Lo que demuestra lo inútiles que serían los
libros si fuésemos Sabios, porque los libros solo son recopilaciones de
pensamientos, y vivimos en medio de los pensamientos.
En efecto, si todo está esencialmente
ligado, inseparable, indivisible, como procediendo de la esencia divina; si
todas las Virtudes que emanan del Gran Principio están siempre unidades y en
una perfecta e íntima correspondencia, es evidente que el
hombre, al no poder destruir ni cambiar su propia naturaleza, la cual le liga
necesariamente a la unidad universal, está siempre en medio de todas las
Virtudes divinas enviadas en el tiempo; está rodeado de ellas, no puede
dar un solo paso ni hacer un solo movimiento sin comunicarse con ellas; no
puede actuar, pensar, hablar en la más profunda soledad sin tenerlas por
testigos, sin ser visto, oído o tocado por ellas; y
si no estuviese entre ellas y él el fruto de su voluntad cobarde y corrompida,
las conocería tan íntimamente como ellas le conocen a él; tendría sobre ellas
los mismos derechos que ellas tienen sobre él; y no sería ir demasiado
rápido asegurar que podría extender sus privilegios hasta conocer visiblemente
a Pho-hi, Moisés, al mismo Regenerador universal, puesto que este privilegio
alcanza generalmente a todos los Seres que, desde el comienzo de los tiempos,
han sido llamados sobre la Tierra”. [CN, XIX]
“Y he aquí esta
brillante luz que el hombre puede hacer estallar dentro de sí mismo, porque es
la palabra de todos los enigmas, la llave de todas las religiones, y la
explicación de todos los misterios. Pero, ¡oh hombre!, cuando llegues a este
feliz término, si eres sabio, guardarás tu ciencia en tu corazón” [CN, XX].
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