Translate

domingo, 30 de septiembre de 2012

El Pantáculo Universal de Saint-Martin



Louis-Claude de Saint-Martin resume su visión específica del Universo a través de su diseño del “Pantáculo Universal” recogido en su obra “De los Números” según las reglas de la geometría divina. Esta figura, calificada como “más que suficiente para colocarnos sobre la vía”, y que con el tiempo se convertirá en el símbolo por excelencia de la doctrina de Saint-Martin, es descrita por él mismo de la siguiente forma:
“Este círculo natural se ha formado de forma diferente al círculo artificial de los geómetras. El centro llamó al triángulo superior y al triángulo inferior que, reaccionando mutuamente, manifestaron la vida. Entonces el hombre cuaternario apareció. Sería de todo punto imposible encontrar este cuaternario en el círculo sin emplear líneas perdidas y superfluas limitándonos al método de los geómetras. La naturaleza no desaprovecha nada: coordina todas las partes de sus obras, las unas con las otras. También, en el círculo regularmente trazado por ella, se ve que los dos triángulos, en su unión, determinan la emancipación del hombre en el universo y su lugar con respecto al centro divino; se ve que la materia sólo recibe la vida a través de reflejos que brotan de la oposición, que la verdadera prueba de la parte falsa, la luz de la parte de las tinieblas, y que la vida de esta materia depende siempre de dos acciones; se ve que el cuaternario del hombre abraza las seis regiones del universo, y que estas regiones, al estar unidas de dos en dos, la potencia del hombre ejerce un triple cuaternario en esta estancia de su gloria.

[…] El hombre, prevaricando tras la incitación de los culpables, se alejó de este centro divino, en relación con el cual había sido colocado; pero aunque se haya alejado de allí, este centro permaneció en su lugar, puesto que ninguna fuerza puede sacudir este trono temible. (Sedes tua in seculum seculi. Sal. XIV:7). Así pues, cuando el hombre abandonó este puesto glorioso, es la divinidad misma la que se encuentra dispuesta a reemplazarle y quien opera para él en el universo esta misma potencia de la que él se dejó despojar por su crimen. Pero cuando ocupa el lugar del hombre, se reviste de los mismos colores asignados a cada región material donde se establecía primitivamente, puesto que no se puede mostrar en el centro de este círculo sin colocarse en medio de todas estas regiones.

He aquí lo que el estudio del círculo natural puede enseñar a los ojos inteligentes. La figura trazada, aunque imperfectamente, es más que suficiente para colocarnos sobre la vía”.

[DN]

jueves, 27 de septiembre de 2012

El Arte Hermético. Saint-Martin



"El mismo error que desvió al hombre primitivo de sus actos espirituales para fijarlo a los resultados tenebrosos de la materia, forma la base de los Adeptos [Alquimistas]. Es en la descomposición de los Seres materiales y por las manipulaciones de su arte que esperan descubrir una verdadera luz para el hombre y encontrar el espíritu vivificante de la naturaleza. Pero aquel que está iluminado por la verdadera Ciencia, sabe que no es en la materia donde hay que buscar ni la luz ni el Espíritu de la Vida".
IS-P, Jean-Baptiste Willermoz
 [CN, X]
"El objeto del arte hermético, generalmente el más conocido, nunca se eleva más allá de la materia. Se limita ordinariamente a dos objetivos: la adquisición de riquezas y la preservación y curación de las enfermedades, lo cual, según el capricho de sus sectarios, no pone límites a los deseos y al poder del hombre y le permite esperar días felices y de duración infinita.

En vano algunos partidarios de esta ciencia seductora pretenden conseguir por ella una ciencia aún más noble, que los elevase tanto por encima de los adeptos materiales [científicos] como estos lo estarían por encima del vulgo. Estos hombres, muy loables en sus deseos, dejan de serlo cuando consideramos las vías por las que buscan cumplirlos. Porque cualquier sustancia solo puede producir frutos de su [misma] naturaleza, y con bastante seguridad los frutos por los cuales parecen suspirar son de una naturaleza muy diferente de las sustancias que someten a sus manipulaciones.

Dado que el arte hermético material no llega más allá de los objetos materiales, este arte no es de una clase más elevada que la agricultura. Pues es evidente que los emblemas y los símbolos de la mitología le son igualmente extraños, ya que estos presentan el lenguaje de la inteligencia y dan una vida y una acción a facultades que son desconocidas para la materia.

Los que creyeron ver tantas relaciones entre cosas tan diferentes solo las confundieron dejándose seducir por la uniformidad de las leyes que les son comunes. Hay que observar tiempos, grados, medidas, pesos, cantidades para la dirección de los procesos herméticos. Igualmente hace falta un peso, un número, una medida para dirigirnos conforme a las leyes de nuestra naturaleza inteligente. Hace falta una precisión, una exactitud extrema en todas las operaciones herméticas. Aún más, hace falta seguir un orden fijo y regular en la carrera intelectual.

Son estas conformidades las que indujeron al error a los observadores. Atribuyeron a operaciones absolutamente materiales una multitud de principios que solo podían convenir a objetos superiores, por su acción y por todas las propiedades que les son inherentes. Por eso, es verdad que rebajaron los antiguos símbolos, en vez de explicárnoslos.

El error de los sectarios de la ciencia hermética viene pues de que confundieron continuamente, tanto en sus doctrinas como en su obra, dos ciencias perfectamente distintas.

El amor del Principio supremo solo presentó a los hombres las leyes de la Naturaleza material para ayudarles a reconocer las huellas del modelo vivo que habían perdido de vista. Por el contrario, los filósofos herméticos se sirvieron de esa similitud entre el modelo y la imagen para confundirlos y hacer de ello un único Ser.

Engañados por esta idea precipitada, los filósofos herméticos no vieron que la simple física material, a la cual aplicaron todos sus esfuerzos, no merecía estos misterios ni este lenguaje enigmático y oculto que presentan los antiguos emblemas. No vieron que, de existir una ciencia digna del estudio y de los homenajes del hombre, era la que ponía su grandeza en evidencia iluminándole sobre su origen y sobre la amplitud de sus facultades naturales e intelectuales.
           
Pues podemos decir que si su objeto no es quimérico en todos los sentidos posibles, la vía que siguen es al menos muy extraña al verdadero empleo del hombre y completamente opuesta a la de la verdad que todos parecen honrar.       

Primero, atacan esta verdad pretendiendo igualarla a su obra y buscando hacer las mismas cosas que ella, sin su orden, aunque se defiendan de esta inculpación diciendo, con razón, que no crean nada.
 
Segundo, atacan esta verdad de la manera más insensata, buscando hacer su obra por una vía opuesta a la que siguió en todas sus producciones. Así, al no actuar por la vía virtual, tratan de procurarse el esbozo de todas las Naturalezas, sacando solo frutos mudos, silenciosos, sin vida, sin inteligencia, ante los cuales se inclinan, es cierto, como si los hubiesen recibido de la misma Verdad. Pero dejarían de exaltarlos si conociesen su fuente y su origen, y disfrutando de estos frutos, gemirían sobre los procesos que se los proporcionan y sobre la mediocridad de las ventajas que pueden esperar.

En efecto, los procesos del arte hermético no pueden sacudir el centro del Principio sin quebrantar el mismo Principio, ya que es allí donde reina y actúa. Ahora bien, ¿no es mantener una carrera absolutamente contraria a la naturaleza de los Seres materiales el querer gobernar el Principio por otra acción que la que es análoga a su propia esencia? ¿No violamos de esta forma el orden establecido, tanto para la Naturaleza temporal material como para la naturaleza temporal inmaterial?

Además, este Principio, siendo accionado por otra ley que la que le es propia, y al recibir de esta forma solo una sacudida débil y pasajera, devuelve sólo igualmente una acción débil y pasajera.

He aquí por qué estos resultados hablan solo cuando son visibles: por qué solo podemos apercibirlos con la luz elemental natural o artificial; por qué sólo tienen un tiempo y por qué cuando este tiempo ha pasado ya no se manifiestan más; por último, por qué no tienen ninguna de las condiciones indispensables para ser verdaderos, para dar pruebas de que fueron extraídos por la buena vía y para mostrar que tienen efectivamente en ellos el germen de su fuego y de su vida.

Sé que esto solo será comprendido por los filósofos herméticos y por hombres instruidos en ciencias más profundas y más esenciales que la suya. Sin embargo, aquéllos que ignoran los procesos del arte hermético y no conocen ninguno de los frutos que pueden derivarse de ello, me entenderán lo suficiente para aprender a discernir estos frutos si tuviesen algún día la oportunidad de verlos, y para mantenerse en guardia contra el abuso de las expresiones empleadas por los partidarios de esta ciencia, porque entre éstos, los hay que pareciesen lo bastante hábiles y bastante persuadidos como para ser peligrosos. Pero ¿es posible que tengan buena fe siguiendo el culto de las sustancias corruptibles, disimulando con ello que solo buscan con tanto ardor un espíritu que sea materia para poder llegar desde él al que no lo es?

Este abuso de expresiones, esta confianza, o más bien estas ilusiones, se muestran al descubierto en las pretensiones de la mayoría de los filósofos herméticos que se vanaglorian de poder operar sobre la materia prima.

Todos los procesos sensibles y materiales, lejos de recaer sobre la materia prima, solo pueden tener lugar siempre en la materia segunda y mixta, dado que la materia prima no puede ser sensible ni a nuestras manos, ni a nuestros ojos, ni a ninguno de nuestros órganos, ya que ellos mismos solo son materia segunda y compuesta.

Además, ¿qué desproporción no hay entre el fuego grosero y ya determinado que emplean y el fuego fecundo y libre que sirve de Agente a la Naturaleza? ¿Qué pueden esperar de sus vanos esfuerzos si comparan el objeto de sus deseos con lo que recibirían por el disfrute del empleo de un fuego más puro y menos destructor?

No recordaremos lo que se ha dicho en la obra ya citada sobre la diferencia entre la materia prima y la materia segunda o, si se quiere, sobre la diferencia entre los cuerpos y su Principio. Basta con decir que esta materia prima, o este Principio de los cuerpos, está constituido por una ley simple y que participa de la unidad, lo cual la hace indestructible, mientras que la materia segunda o los cuerpos están constituidos por una ley compuesta, la cual no se muestra jamás en las mismas proporciones y, por eso mismo, hace inciertos y variables todos los procesos materiales del hombre.

A falta de haber hecho estas distinciones importantes, los filósofos herméticos en todo momento son víctimas de su primer error y, su doctrina, así como su carrera, conduce al error a todos aquéllos que se dejen seducir por lo maravilloso de los hechos que nos presentan.

El uso que están haciendo de la oración para el éxito de su obra y su persuasión de no poder conseguirla jamás sin esta vía, no debe impresionar. Porque es aquí donde su error se manifiesta con más evidencia, ya que su trabajo, al limitarse a sustancias materiales, no se eleva en absoluto por encima de las causas segundas.

Ahora bien, estando estas causas segundas, por su naturaleza, por debajo del hombre, no es engañarlo decirle que él está hecho para disponer de ellas. Si los filósofos herméticos tienen bastante experiencia y conocimientos para preparar convenientemente las sustancias fundamentales de su obra, y esta obra es posible, deben conseguirlo pues con certidumbre, sin que tengan necesidad para ello de interponer otra Potencia que la que es inherente a toda materia y constituye su manera de Ser.

Además, hay un peligro casi inevitable al que el filósofo hermético está expuesto: es que orando para su obra, ocurra muy a menudo que ore a su misma materia. Cuanto más los frutos que consigue parecen perfectos y liberados de las sustancias groseras, más está tentado a creer que se acerca a la Naturaleza divina, porque viendo sus sentidos alguna cosa superior a lo que percibe ordinariamente, está seducido por esta apariencia y cree tener motivos muy legítimos para justificarse en su error. Por esta vía, los filósofos herméticos se hunden en nuevas tinieblas y perpetúan las tristes consecuencias de su entusiasmo y sus prevenciones.

Apenas me detendré sobre el motivo que les impide revelar sus pretendidos secretos, por este temor que les gusta de que si su ciencia se hiciera universal, aniquilaría las sociedades civiles y sus imperios, y destruiría la armonía que parece estar en la Tierra. ¿Cómo su ciencia podría hacerse universal si, tal como la enseñan, solo podría ser el privilegio de la minoría de los Elegidos de Dios?  Y además, ¿qué tendrían que lamentar las sociedades civiles y los imperios si, cambiando de forma, solo recogerían ya en su seno a hombres virtuosos y bastante instruidos como para saber alejar las enfermedades de su cuerpo, los vicios de su corazón y la ignorancia de su espíritu?

Reuniendo todas estas observaciones con la gran ley de la inferioridad que deben tener los emblemas para con su tipo, reconoceremos que la filosofía hermética no ha podido ser el primer objetivo ni el tipo real de las alegorías de la fábula [de los mitos]. Sería contra la verosimilitud que la naturaleza del hombre iluminado lo hubiese llevado a imaginar la intervención de las divinidades para velar una ciencia que se contradice y las injuria; una ciencia que alimente a este hombre con la esperanza de la inmortalidad y que le dispensa de tenerla en la mano; que le promete, sin sus auxilios, los derechos más poderosos sobre la Naturaleza; que, si es posible en toda su extensión, debe encontrarse en las simples leyes de las sustancias elementales y por eso mismo inferiores a la ciencia realmente propia al hombre; que si tiene una fuente más elevada, ya  no está a nuestra disposición; que, por último, encierra únicamente en ella más ilusiones y peligros que todas las demás ciencias materiales juntas, porque siendo falsa como ellas en su base y en su objeto, sin embargo tiene por sus procesos, por su doctrina y por sus resultados, más semejanzas con la verdad.

Si en las diferentes clases de filósofos herméticos los hay que parecen tomar el vuelo más alto y pretenden conseguir la obra sin emplear ninguna sustancia material, no podríamos negar que su carrera fuese más distinguida. Pero no encontraremos su objeto más digno de ellos, ni su meta más legítima".

lunes, 24 de septiembre de 2012

De la naturaleza de los números. Saint-Martin

[DN]

"Los números no son más que la traducción abreviada o la lengua sucinta de las verdades y leyes cuyo texto e ideas están en Dios, en el hombre y en la naturaleza. Se puede también definirlos como el retrato intelectual y verbal de las operaciones naturales de los seres o también, si se quiere, el límite y el término de las propiedades de los seres, y esta medida que no podría pasar sin extraviarse y desvirtuarse, hace decir a algunos que los números son la sabiduría de los seres y lo que impide que se vuelvan locos. […]

El principal error donde falla la preservación, es separar los números de la idea que cada uno ellos representan y mostrarlos desplazados de su base de actividad, ya que entonces se les hace perder toda su virtud, que debe ser de nuestro avance en la línea viva; no pasan a ser más que objetos de curiosa y orgullosa especulación; y si lo hacen, siempre se vuelven al auditor más culpables, no le prestan sin embargo más servicio que si él aprendiera la sintaxis de una lengua cuyas palabras no sabría o que si a él le enseñaran  las palabras de una lengua donde no sabría ni su sentido ni su sintaxis.

[…] la virtud de los seres no existe en el número, sino que es el número el que existe en la virtud de los seres y de la que deriva.

[…] en el cálculo verdadero y espiritual, los números reciben su valor de la naturaleza de las cosas y no de la voluntad de nuestro espíritu, [e] independientemente de que se combinen también por normas fijas como los valores convencionales, nos conducen a verdades de primer rango, verdades positivas e invariables y esencialmente vinculadas a nuestro ser. […] los números no hacen sino acompañarnos y dirigirnos en estas mismas regiones positivas, invariables y eternas, en que toman continuamente el nacimiento, en que hacen constantemente su residencia y de las que no pueden salir jamás. Ahora bien, estas verdades, siendo infinitas, se puede juzgar que los números que en ellas existen pueden hacernos descubrir maravillas y tesoros. […]

Existe una división del cuadro universal reconocida por todos los observadores en el orden de la verdadera filosofía por la cual se distingue la región divina, la región espiritual y la región natural. Se reconoce también que hay una correspondencia de la región divina con las otras dos regiones espiritual y natural, y que por lo tanto los números del orden divino deben tener sus representantes y sus imágenes en estas dos regiones. Pero los que no tienen la clave de los números se exponen a un gran error cuando quieran fijar o contemplar estas correspondencias. […]

Aquellos que horadaron en la carrera de los números podrán admirar aquí con qué sabiduría luminosa la Providencia expone delante de nosotros sus tesoros y nos muestra cómo hace llegar sus potencias en las distintas regiones. Reconocerán que los propios números son fijos en sí mismos y acabados en sus facultades radicales, aunque sean infinitos en el juego de su potencia y en las emanaciones innumerables que pueden salir y saldrán eternamente de esas facultades radicales. […]

Esto que estará siempre prohibido a nuestra penetración y oculto a nuestra luz es la ciencia del método de nuestra emanación o de nuestra generación dentro de la unidad divina. Este velo se coloca sobre nuestros ojos porque la obra de nuestra emanación está reservada únicamente a ese supremo principio al que tenemos la dicha de poder llamar nuestro Padre; el conocimiento del modo de esta obra debe serle reservada también, sin lo cual, si tuviéramos como Él este conocimiento, no tendríamos necesidad de Él para existir, habríamos podido operar la misma obra o la misma emanación que Él, y seríamos Dios como Él. […]

Pero si la ley de los números nos prohíbe absolutamente el conocimiento del modo de nuestra emanación, estos deben poder ofrecernos la prueba de que esta emanación es divina, deben ofrecernos un testimonio evidente y concluyente de que nosotros salimos directamente de Dios; ya que sin este testimonio concluyente, cuando llamemos Dios a Nuestro Padre, pronunciaríamos palabras que no tendrían un sentido completo para la inteligencia, aunque el alma pura y piadosa pudiera experimentar en sí misma toda la dulzura de este bello nombre. Esta prueba también existe en los números y se añade a todas las que se pueden encontrar en la metafísica. […]

He aquí […] los tesoros que se pueden encontrar en los números, tesoros que nos muestran en nuestro Dios a la vez el poder, el amor, la sabiduría y la justicia, y nos hacen ver cómo se llena todo con su espíritu".


 [CN, XVIII]

"Los números son los envoltorios invisibles de los Seres, como los cuerpos son sus envoltorios sensibles.

No podemos dudar que haya para todos los Seres un envoltorio invisible, porque todos tienen un principio y una forma, y este Principio y esta forma, estando en dos extremos, están a una distancia demasiado grande el uno de la otra para poder unirse y corresponderse sin intermediario. Por tanto, este lugar lo ocupa el envoltorio invisible o  número.

Es así que, en los cuerpos, la tierra es el envoltorio visible del fuego, el agua es el de la tierra, y el aire el del agua, aunque este orden es muy diferente en los elementos no corporeizados.

No ignoremos que las leyes y las propiedades de los Seres están escritas sobre sus envoltorios sensibles, porque todas las apariencias por las cuales se comunican a nuestros sentidos solo son la expresión y la acción mismas de estas leyes y estas propiedades.

Podemos decir lo mismo de sus envoltorios invisibles. Deben contener y llevar las leyes y las propiedades invisibles de los Seres, tal como sus envoltorios sensibles indican sus propiedades sensibles. Si están escritas allí, entonces la inteligencia del hombre debe poder leerlas, tal y como sus sentidos leen o sienten los efectos de las propiedades sensibles trazados sobre los cuerpos y actuando por el envoltorio sensible de los Seres. He aquí lo que el conocimiento de los números puede prometer a aquel que no tomándolos por simples expresiones aritméticas sabe contemplarlos según su orden natural y ver en ellos solo principios coeternos a la verdad.

Hay que saber además que como los Seres son infinitos, y que las propiedades de estos Seres son de varios tipos, hay también una infinidad de números.

Así, hay números para la constitución fundamental de los Seres; los hay para su acción, para su curso, y también para su inicio y para su fin, cuando se refieren a uno u a otro; los hay incluso para los diferentes grados de progresión que tienen fijada.

Y son en esto como tantos límites donde se paran los rayos divinos, y donde se reflejan hacia su Principio, no solamente para presentar sus propias imágenes sino también para ofrecer los testimonios gloriosos de su exclusiva superioridad y de su infinidad, para extraer la vida, la medida, el peso, la sanción de sus relaciones con él; todas las cosas que hemos visto solo pueden existir por el Primer Principio de los Seres.

Hay también números mixtos para expresar las diferentes uniones y composiciones de Seres, de acciones, de Virtudes. Hay números centrales, números medianos, números circulares y números de circunferencias. Finalmente, hay números impuros, falsos y corrompidos. Y, repitámoslo, todas estas cosas solo indican los diferentes aspectos bajo los cuales podemos considerar a los Seres y a sus diferentes propiedades, leyes y acciones, bien visibles, bien invisibles, a las cuales están sin duda sujetos. Y quizás la verdadera razón por la cual los números han parecido tan quiméricos a la mayoría de los hombres, es por esta costumbre de los calculadores de hacer derivar del cero todos los números, es decir, de comenzar en sus divisiones geométricas contando por cero antes de nombrar la primera unidad. No han visto que esta unidad visible y convencional, que se convierte en la primera base de sus medidas, no es más que la representación de la unidad invisible, colocada antes del primer grado de todas estas medidas, dado que las engendra a todas, y que si tenían que representarla con un cero solo era para trazarnos su inaccesible valor y no para mirarla como la nada, porque es la fuente de todas las bases sobre las cuales el hombre puede operar.

Vemos aquí que cuanto más infinitos son los números, más la idea que debemos hacernos de ellos es simple y natural.

Se simplificará aún más observando que esta inmensa multitud de números, que se subdividen y extienden hasta el infinito, remontan por una marcha directa hasta diez números simples, los cuales caben en otros cuatro números, y éstos en la unidad de donde todo ha salido".